Felicidad

Dice Aristóteles que el Bien es el fin de todas las acciones del hombre.

Todas las artes, todas las indagaciones del espíritu, tie­nen siempre por mira algún bien que deseamos conseguir. Está claro que los fines que se persiguen son diferentes; por ejemplo: el fin de la medicina es la salud.

¿Cuál sería el Bien Supremo? Para Aristóteles, el Bien Supremo es la Felicidad. Pero «la felicidad» no es lo mismo para todos los individuos. Unos la colocan en el placer (las cosas sensi­bles) y otros, en cambio, en otra parte: el pobre en la riqueza, el enfermo en la salud, etc. Eso depende de la naturaleza humana.

¿Cuál es la felicidad propia de la naturaleza humana? No puede ser el quedarse en un estado vegetativo, ya que esto lo comparte el hombre con las plantas; tampoco la vida de sensibili­dad, pues esto lo poseen también los animales. Debe haber algo propio tan sólo del hombre: es la vida del Alma conforme a la Razón.

El Bien propio del hombre es la actividad del Alma dirigida por la Virtud. Y si hay muchas virtudes, dirigida por la más alta y per­fecta de todas.

Para Aristóteles, los verdaderos placeres del hombre son las acciones conforme a la virtud. Pero ¿cómo aprender a ser dichoso?; ¿es posible aprender esto? Dice Aristóteles que la felici­dad no es enviada por los Dioses, sino que es obtenida por la práctica de la virtud mediante largo aprendizaje.

Ahora bien, ¿qué virtud es la que produce la felicidad? Puesto que la Felicidad es cierto quehacer del Alma dirigida por la Virtud más perfecta, debemos estudiar la Virtud. Parece que la Virtud es el objeto de los trabajos del político, puesto que busca hacer virtuosos a los ciudadanos ante las Leyes.

Entre las virtudes, llamamos a algunas virtudes intelectuales (sabiduría, ciencia, ingenio, prudencia, etc.) y a otras, virtudes morales (generosidad, templanza, etc.)

La virtud intelectual nace de una enseñanza, mientras que las virtudes morales nacen del hábito, de las costumbres. La Natura­leza nos ha hecho susceptibles de adquirir virtudes, pero es el hábito quien las desarrolla en nosotros. Se llega a ser músico componiendo música; justo, practicando la justicia; etc. Toda vir­tud, cualquiera que ella sea, se forma o se destruye por los mis­mos medios y causas con los que uno se forma o desmerece en todas las artes. Si no fuera así, nunca habría necesidad de maes­tros que enseñaran a obrar bien, y todos los artistas y demás seres humanos serían malos o buenos «de primeras». Las cualidades pro­vienen de la repetición frecuente de los actos. Se deben practicar, pues, ciertos actos para formar en nosotros determinadas cualida­des. Acabamos diciendo entonces que la Moral es cuestión de práctica.

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