Loto 1

El loto es la flor sagrada de indos y egipcios. Todos los templos del Tíbet y del Nepal ostentan la flor de loto, cuyo significado es idéntico al del lirio que el Arcángel Gabriel ofrece a María en las representaciones pictóricas de la Anunciación.

«Al ver el caótico estado de las cosas, se pregunta Brahmâ a sí mismo lleno de consternación: (...)

¿Quién soy? ¿ De dónde vengo? Entonces oye una voz que le dice: «Eleva tus plegarias a Bhagavad».

Brahmâ se sentó en la hoja de loto en actitud contemplativa, con la mente enfocada en el Eterno, quien, complacido de aquella muestra de piedad, disipa las tinieblas y descorre el velo de su mente. Al punto surge el radiante Brahmâ del huevo del universo, y henchido del divino espíritu que le ha despertado la mente, empieza a actuar y se mueve sobre las aguas. Es Narayana», relata la cosmogonía inda.

El loto, la flor sagrada de indos y egipcios, simboliza a Brahmâ entre los primeros y a Horus entre los segundos. Todos los templos del Tíbet y del Nepal ostentan la flor de loto, cuyo sugestivo significado es idéntico al del lirio que el Arcángel Gabriel ofrece a María en las representaciones pictóricas de la Anunciación. Para los indos es el loto emblema de la potencia creadora de la naturaleza, por la compenetración del fuego (espíritu) con el agua (materia). Un versículo del Bhagavad Gîtâ dice: «¡Oh Eterno! Entronizado en ti veo al creador Brahmâ sobre el loto».

Según James, la simiente del loto contiene ya antes de germinar el embrión de las futuras hojas; y como dice Gross, la Naturaleza nos da en el loto un ejemplo de la anteformación de sus productos, pues la simiente de todas las plantas fanerógamas contiene la futura planta con su propia configuración.
Lo mismo significa el loto para los budistas. El Bodhisat (Espíritu del Buddha), se aparece con el loto en la mano junto al lecho de Mahâmayâ o Mahâdeva, la madre de Gautama Buddha, y le anuncia el nacimiento de su hijo. De la propia suerte, la flor de loto estaba invariablemente unida en Egipto a todas las representaciones de Osiris y Horus.

Todo esto demuestra el común parentesco del símbolo en las regiones hinduista, egipcia y judía, pues en todas ellas la flor de loto o lirio de agua simboliza el tránsito de lo subjetivo a lo objetivo, del pensamiento abstracto de la Divinidad desconocida a las formas concretas y visibles de la creación. Disipadas las tinieblas, surgió la luz y Brahmâ vio en el mundo ideal, hasta entonces sumido en la mente divina, los Arquetipos de las cosas que habían de tomar forma visible en la manifestación del Universo. Porque como arquitecto del Universo, ha de dar existencia objetiva a los tipos ideales ocultos en el seno del Eterno, del mismo modo que en la simiente del loto se ocultan las futuras hojas de la planta. A esto se refiere el versículo del Génesis que dice: «produzca la tierra el árbol de fruto que dé fruto, según su especie, y cuya semilla esté en él». En todas las religiones antiguas el «Hijo del Padre» es el Dios creador, es decir, su manifiesto y visible pensamiento. Antes de la era cristiana, desde la Trimurti inda hasta la tríada de las escrituras hebreas, según la interpretación cabalística, todas las naciones velaron simbólicamente la trina naturaleza de su Divinidad suprema. En la religión cristiana, el misterio de la Trinidad no es ni más ni menos que el artificioso injerto de una rama nueva en tronco viejo, y el mismo significado simbólico que el loto tiene el lirio de la Anunciación en las iglesias latina y griega.

Por otra parte, como el loto se cría en el agua al calor del sol, los antiguos lo consideraron hijo del fuego y del agua; de aquí que simbolice también la dualidad de espíritu y materia.
Extraído de los textos de Simbología escritos por H.P. Blavatsky, filósofa del s. XIX.

Información ofrecida por la Asociación Cultural Nueva Acrópolis - Málaga

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